Cuando un aficionado norteamericano escucha en vivo un motor de F1, se sobrecoge por la sonoridad que producen los monoplazas cada vez que se ponen en macha sobre cualquier pista. Con solo estar en las proximidades de un circuito, la adrenalina se dispara aun cuando los actuales propulsores tienen su régimen de rotación limitado por la FIA.
Precisamente por esta seña de identidad que ha acompañado a la máxima categoría del automovilismo, los puristas de la F1 se habían puesto en pie de guerra en contra de la decisión de la FIA de usar motores de 1.6 Turbo a partir de 2013.
Si bien este grupo de críticos no había podido hacer mucha fuerza contra la propuesta de Jean Todt, un inesperado aliado ha conseguido poner la primera traba a los planes de la federación para "vender" una F1 verde al público.