'LA POESÍA DE LA F1'

Las lágrimas rojas del 'Kaiser'

Era 2006 y el título estaba en juego. La grada deliraba con el abandono de Alonso y Michael Schumacher completaba el delirio rosso.

Sergio Lillo 4 de Septiembre 2014 20:56

De los Campeones a veces olvidamos que tienen algo más intenso tras de esa fachada sólida, imbatible, casi fría en ciertos momentos, inaccesible. Con Michael Schumacher ha sucedido algo del estilo durante años, alimentado por su férrea determinación por lograr ese sueño alado, imperecedero, que es la victoria. Su camino hacia la gloria no fue excesivamente rápido pero una vez alcanzada con Benetton quiso hacerla mayúscula con Ferrari y ¡vaya si lo logró!

Era 10 de septiembre de 2006. Aquí, en el Autódromo de Monza, se respiraba un aire de esos inalcanzables en el resto del mundo -tal vez Silverstone o Spa pueden hablar de ello-; la escudería italiana seguía su cabalgada en lucha por el título. Renault y un tal Fernando Alonso eran los rivales. Los 'tifosi' no conocen la misericordia y si un piloto rosso no se sube al podio, tiene realmente complicado ser aplaudido por la mejor afición al automovilismo del planeta.

Aunque las historias es mejor comenzarlas por el principio, valga un botón como muestra. Una vez cruzada la bandera de cuadros; una vez dada la vuelta de honor y gloria y mientras subía de camino al podio donde se vitorea y abuchea a los campeones por igual, la afición italiana invadía la pista de Monza, el templo de la velocidad. El rojo se volvía marea y complicaba diferenciar al individuo en el éxtasis colectivo que el 'Kaiser' había provocado. Banderas tricolore y el himno de Mamelli en la megafonía. Escenario perfecto para la Historia. Imagen perenne de la Fórmula 1.

Los rumores del adiós

Semanas antes, el rumor se extendía como la pólvora: el siete veces campeón del mundo se marchaba de la Fórmula 1 para siempre. Si algo le faltaba al Gran Premio de Italia de aquel año para atraer a más público del previsto era eso: la última vez en tierra de Ferrari en la que el 'Kaiser' correría tras su exitosa carrera deportiva y los triunfos brindados a los 'tifosi'. Fernando Alonso llegaba líder del Mundial, 12 puntos de ventaja y un Renault que parecía realmente fuerte en circuitos de alta carga aerodinámica. El duelo estaba servido.

En la clasificación, Schumacher se quedaba a sólo dos milésimas de Kimi Räikkönen en una batalla al límite por la pole position. Tras ambos, el BMW-Sauber de Heidfeld y el otro Ferrari, el de Massa. Precisamente, el brasileño se iba a convertir en protagonista inesperado del fin de semana. Tras concluir la sesión clasificatoria, Ferrari -Felipe Massa mediante- presentaba una reclamación ante los comisarios de la FIA por una supuesta maniobra de Fernando Alonso que habría distraído al carioca en su vuelta rápida durante la sesión del sábado.

En Renault argumentaban que la distancia a la que estuvo el español del coche rojo fue suficiente para que Massa no se sintiera entorpecido en los últimos metros de la Parabólica, antes de que Alonso entrara de nuevo a boxes. No obstante, en una maniobra que muchos tildaron de 'maquiavélica', la FIA decidía sancionar al asturiano con cinco puestos en parrilla. De la tercera a la quinta línea de salida y el título en juego.

El delirio de la humareda

Una vez las luces rojas -cómo si no- se apagaron, Räikkönen y Schumacher marcaron el ritmo, pero Fernando Alonso no se rendía y volvía a demostrar su particular habilidad para arrancar en los primeros metros. El español rodaba séptimo mientras que el dúo finlandés-alemán imponía su saber hacer ante la defensa férrea que debía ejecutar Robert Kubica algo más atrás. En la decimoquinta vuelta, el primer momento clave de la carrera se produce. Kimi Räikkönen entra a repostar y Schumacher tiene pista libre para iniciar una serie de giros al templo de la velocidad como si el mañana no existiera, como si la clasificación se jugara en domingo y con 41 vueltas por delante.

Una vez que Ferrari llamó a su número cinco a boxes, la reincorporación le otorgaba la primera posición virtual al germano. Räikkönen llegaba algo más atrás y un tal Robert Kubica hacía Historia, también. El polaco se convertía en el primer piloto de dicha nacionalidad en liderar un Gran Premio de Fórmula 1. Fueron cinco vueltas de ensueño para él antes de entrar a boxes y regresar en cuarta posición, tras el incombustible Renault de Giancarlo Fisichella.

El liderato era de Michael. Las gradas italianas ensordecían el rugir de los propulsores V8. El 'Kaiser' veía vía libre y comenzó a apretar su máquina -el 248 de Ferrari- en pos de la victoria soñada. Tras treinta vueltas, a 23 del final, sólo tres segundos le separaban de un Kimi Räikkönen que no renunciaba a aguar la fiesta a los de rojo en su propia casa. McLaren inspiraba la hazaña. Pero a diez vueltas del final, el golpe de escena final debía llegar. Como en una obra de teatro bien planificada; sin esperarlo; de improviso.

El V8 francés de Fernando Alonso explotaba. El humo blanco y gris se extendía por la zaga del monoplaza amarillo y blanco claro. Las gradas de la primera variante no podían creer lo que veían sus ojos. El delirio se apoderaba de Monza. El griterío y los gestos de rabia contra el piloto español -herido el sábado por el reglamento, apuntillado el domingo por la mecánica- copaban las imágenes de la FOM. La jugada era perfecta; maquiavélica, sí, pero perfecta.

Un podio teñido de rojo; unas lágrimas de campeón

La alegría de la afición italiana podría haber sido más que completa si Felipe Massa hubiera sabido aprovechar la oportunidad que el abandono de Alonso propiciaba pero su Ferrari trompeaba y pinchaba un neumático. El tercer cajón del podio, en cambio, era para Robert Kubica que sonreía apenas tras lograr compartir escena con dos de los más grandes del momento.

La bandera ajedrezada ponía punto y final al Gran Premio de Italia de 2006. El puño en alto, rojo, de Michael Schumacher y la bandera amarilla con el cavallino negro en el medio, ondeaban al mismo tiempo. Llamar baño de masas al zenit que se produjo entre equipo, piloto y afición en el podio de Monza sería menospreciar el acontecimiento. 'Schumi' lograba quedarse a sólo dos puntos de Fernando Alonso para las tres últimas citas de la temporada.

La obviedad retaba a la ilusión. En la rueda de prensa posterior al baño de champagne, el 'Kaiser', el heptacampeón del Mundo de Fórmula 1, comunicaba -con la emoción a flor de piel- que su trayectoria brillante tocaba a su fin. Las lágrimas afloraban, casi pidiendo permiso, por los ojos claros del piloto germano, de aquel que chocó para ganar, de aquel que bailó bajo la lluvia y devolvió a Ferrari a lo más alto de la Historia.

El corcel de batalla que había llevado a la Scuderia de nuevo al trono se apartaba. Decidía descansar, dedicar más tiempo a los suyos, ver crecer a sus hijos. Ferrari se quedaba sin su estandarte, sin su paladín. La alegría, el goce y la pasión se mezclaban con la tristeza. Toda una generación de aficionados perdía a aquel que casi nunca perdía... o tal vez no. Habría un después.

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